LA EDAD DEL BRONCE
Desde el comienzo del II milenio a. C. se va a iniciar en la
Península Ibérica la Edad del Bronce,
que recibe distintos nombres según sus características y la zona de la
Península en que aparece. En el sureste recibe el nombre de Cultura del Argar,
por ser en este yacimiento de Almería donde fue identificada por Siret,
extendiéndose desde el sur de Alicante hasta la vega de Granada, con núcleos
destacados en Almería y Murcia. Hacia el final del Calcolítico, entre el 2000 y
1800 a. C., van a aparecer los primeros elementos argáricos, que no suponen un
cambio brusco con las tradiciones anteriores sino una transformación de las
estructuras sociales y económicas que se manifiesta en el aspecto urbanístico,
en el funerario y en el modelo de organización.
En la periodización del Argar se han establecido varias etapas:
Argar antiguo (1800-1600 a. C.). En él se produce una gran
expansión territorial, perviviendo elementos campaniformes con otros ya propios
del nuevo periodo, como son la adopción del ritual funerario argárico con el
predominio de enterramientos en cistas, la metalurgia, ubicación de los
poblados en cerros más elevados, nuevas formas de fortificación, etc.
Argar pleno (1600-1350 a. C.). Desaparecen los rasgos
campaniformes, abundan los enterramientos en pithoi, los poblados son grandes y
se ubican en diversos lugares, las fortificaciones tienen bastiones defensivos,
etc. Las formas cerámicas y metálicas son ya las típicas del Argar y aparecen
contactos con otras culturas exteriores de la Edad del Bronce.
Argar tardío (1350-1100 a. C.). Se producen cambios
tipológicos y en el ritual funerario, con la progresiva desaparición de las
inhumaciones que llevarán al declive argárico.
En el desarrollo de la Cultura del Argar tuvo gran importancia la
explotación de los recursos mineros y la fabricación y comercialización de
objetos metálicos aunque la agricultura y ganadería siguieron siendo
importantes.
Los poblados se sitúan en lugares elevados y estratégicos, adaptándose al medio y controlando las principales vías comerciales
y de comunicación y las zonas ricas en
recursos naturales. Suelen gozar de una amplia visibilidad y en ocasiones se
hicieron murallas con bastiones en las partes más accesibles para defenderlos.
Muestran cierto urbanismo ya que aparecen calles, plazas, canalizaciones de
desagüe, cisternas, rampas y escaleras de acceso a las distintas zonas,
graneros, etc. También los hay en
llanura, para el aprovechamiento agrícola de las tierras, aunque parece que
dependían de otros cercanos que eran mayores y estaban mejor defendidos.
Las casas son en su mayoría de planta cuadrangular o rectangular
aunque también había trapezoidales, circulares, ovales, etc. y podían hacerse
tanto aisladas como agrupadas. A veces se hacían divisiones internas. Las
paredes se construían sobre zócalos de piedra con alzado de adobe,
enluciéndolas en ocasiones. Las techumbres eran de ramas y barro para
impermeabilizarlas y se sostenían con postes y vigas de madera.
Una de las principales características de la Cultura del Argar es la
inexistencia de necrópolis, ya que los difuntos eran inhumados en el interior o
en los aledaños del poblado,
generalmente bajo el piso de la
viviendas, desapareciendo los enterramientos colectivos de la etapa anterior.
El cadáver, que se colocaba en posición
fetal, era introducido en cistas (cajas rectangulares hechas con lajas de
piedra), fosas, covachas (cuevas excavadas en las paredes) o en pithoi (grandes
vasijas). Junto a él se colocaba el ajuar funerario que era más o menos rico,
según la categoría social de la persona fallecida.
La cerámica se elaboraba a mano y estaba bien cocida, careciendo de
decoración (tan solo en sus bordes aparecen digitaciones, impresiones de cañas
o ungulaciones). A veces se bruñía su superficie exterior y como principales
elementos de prensión aparecen los mamelones y las lengüetas. Las formas más
destacadas son los cuencos, vasos hemisféricos, ollas globulares, vasijas
lenticulares, vasos carenados o tulipas y copas de pie alto o bajo.
La metalurgia fue un factor importante en la formación del mundo
argárico y muchos de los asentamientos se encontraban junto a los afloramientos
de cobre o controlando las rutas que conducían a ellos. Los útiles metálicos
(generalmente en cobre arsenicado, aunque también se usó la aleación de cobre y
estaño), eran los puñales, cuchillos, alabardas, espadas, hachas, escoplos,
sierras, etc. En oro y plata se hicieron pequeños objetos de adornos como
pendientes, pulseras y diademas. La demanda de productos metálicos fue
importante, ya que se consideraban como signos de prestigio social y de poder
personal en una sociedad compleja y jerarquizada.
Hacia el 1100 a. C. tiene lugar el declive de la cultura argárica,
iniciándose el denominado Bronce final del Sureste que se ha estructurado en
tres fases: Bronce final I (1100-850 a. C.), con fuentes de fondo plano y
carenas altas o medias, vasitos de carena media y vasos globulares, apareciendo
también las cerámicas de Boquique y excisas (típicas del horizonte meseteño de
Cogotas I), las primeras incineraciones (traídas por las gentes de los Campos
de Urnas del NE) e introduciéndose los influjos del Bronce atlántico; Bronce
final II (850-750 a. C.), caracterizado por los vasos bícromos o monócromos con
decoración pintada a mano, las cerámicas bruñidas, espadas de lengüeta calada o
en lengua de carpa, etc., desapareciendo los elementos de Cogotas I; Bronce
final III (750-600 a. C.), que marca el
periodo previo a la aparición del mundo ibérico.
Durante el Bronce final se producen cambios en las estrategias
económicas, en los patrones de asentamiento y en las estructuras sociales. Los
contactos comerciales con los pueblos coloniales del Mediterráneo oriental se
intensifican.
En este periodo se va a desarrollar en Andalucía la civilización de
Tartessos. Ocupaba parte de las provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz, conocían
la escritura, mantenían un importante comercio y fueron famosos por la abundancia
de metales.
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